viernes, 3 de enero de 2014

Diario de un 2PVD2C: Tropezar dos veces con la misma piedra

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Voy a confesar que, tras la media hora larga de risa floja que me entró al ver el positivo en el test de embarazo, el primer pensamiento que vino a mi mente fue de cierta angustia. Una tiene ya una edad y ninguna gana de volver a pasar por las discusiones, los tiras y aflojas y las charlas con los “gines” de mi hospital. Necesité algún tiempo para entender que la vida me daba una segunda oportunidad para tropezar con la misma piedra. Pero esta vez a lo grande, disfrutando e intentando que, del tropezón, la puñetera piedra se suelte del hormigón en el que lleva sujeta tanto tiempo y acabe, al menos, un poquito más suelta. Así que me propuse hablar de nuevo con el jefe de servicio de mi hospital, el mundialmente conocido Dr. V, quien ya fue protagonista en el capítulo 4 de "Diario de un pvd2c".
Unos días antes de mi semana treinta, escribí una carta pidiendo información sobre el protocolo del hospital en mi caso personal (cuarto embarazo, dos cesáreas y un pvd2c) y adjunté el consentimiento informado (CI) y el informe al alta de mi parto vaginal en el hospital de Cruces (un pequeño "chúpate esa"). Es gracioso, he necesitado cuatro embarazos para escribir mi primer plan de parto. Para ello, simplemente tomé "prestado" el de la Estrategia de Atención al Parto Normal (EAPN) y lo suavicé un poco, por ser mi caso un parto de cierto riesgo. En realidad, el texto oficial me parecía demasiado "heavy" para mi hospital, nada apropiado para una "señora parturienta". 
Los dos textos eran, a simple vista, sumamente educados y desprovistos de emoción, porque cuando una se pone las perlas, sabe ser muy formal. Pero contenían dos frases que, lo sabía a ciencia cierta, no le pasarían desapercibidas. 
Despedía mi carta ofreciéndole dos vías de contestación, por escrito o de forma personal (sé, y no solo por experiencia personal, lo mucho que disfruta charlando con mujeres que buscan una atención más respetuosa). Y comenzaba el consentimiento informado solicitando ser atendida únicamente por matronas (a ser posible la misma) siempre que no hubiera ninguna desviación de la normalidad durante el parto. Parece que semejante osadía no podría dejar de ser contestada.
Dicho y hecho, en unos días recibí la cita (increíble rapidez que agradecí como correspondía). El día antes me acosté tarde, repasando y empollando estudios científicos, EAPN y Ley de Autonomía del Paciente. Por la mañana entré en su despacho y me sorprendí a mi misma sin un ápice de nerviosismo, dispuesta a pelear con una sonrisa.
La primera sorpresa fue mía. Me permitían intentar trabajo de parto gracias al nacimiento de Clara. Parece ser que los vascos habían desactivado mi útero explosivo y tenía el privilegio de ser aceptada como posible parturienta. No pretendo ser cínica, sé que un parto vaginal reduce el riesgo de rotura uterina en embarazos posteriores. Fueron sus palabras y el tono de voz empleado lo que me molestaron. O tal vez, es que soy muy sensible.
  • ...Mire usted, nosotros por ejemplo lo que hicieron en Cruces, no lo hacemos [...]. Ahora, como usted ha tenido un parto después de dos cesáreas, las cosas cambian. Las cosas cambian en el sentido, ¿que usted quiere parir? Pues nosotros dejamos que usted para. Que se desvía lo más mínimo de la normalidad, pues hacemos cesárea.
Así que recompuse todo mi discurso y me centré en mi consentimiento informado. Ese que no pide más que lo que recibí en el hospital de Cruces hace ya tres años. El consentimiento del que no aceptó ni uno solo de sus puntos. Cuando digo ni uno solo, es ni uno.
A partir de este momento comenzamos un diálogo muy teatral. Yo pedía y él negaba hasta la extenuación. 
NO, a ser atendida únicamente por matronas, ya que la última palabra la tiene el ginecólogo de turno.
Por supuesto, es posible que esté presente alguna matrona, pero siempre que el “gine” desee "entrar a echar un vistazo" podrá hacerlo.
Es más, cualquiera que desee entrar en el paritorio podría hacerlo independientemente de su cargo (imagino que se refería únicamente al personal sanitario, aunque no descarto que celadores, personal de limpieza, administrativos varios y personal de mantenimiento fuesen invitados a visitar la sala).
En cualquier caso, al ser un hospital docente, no pedirían ningún permiso a la mujer, puesto que es una condición que asume al entrar por la puerta. Allí se enseña y los pobrecitos estudiantes tienen derecho a asistir a los partos, independientemente del deseo de la mujer.
Estaría acompañada por la persona de mi elección “hasta que lo manden salir y no volverá, hasta que le manden entrar”. Este punto fue muy gracioso, porque a eso él lo llama, “acompañamiento ininterrumpido”. Yo lo llamo “confusión lingüística”.
El punto de la monitorización continua, técnica que yo aceptaba aunque prefería en ventana, no fue sino preludio de la ingesta de líquidos durante el periodo de dilatación, a lo cual se negó alegando que era una imposición del servicio de anestesiología. En un momento dado, cuando se me ocurrió mencionar que la EAPN apoyaba este punto, casi salta de la silla. Su respuesta fue algo así como:
  • “Estrategia” es el protocolo de este hospital[...]; el servicio de anestesistas nos dice que ustedes no pueden tomar nada por vía oral cuando están de parto, todas las estrategias no me valen.  
A pesar de que me ofrecí (o al menos lo intenté) a hablar con el equipo de anestesistas, de que le informé (o al menos volví a intentarlo) de que la tasa de mortalidad materna por aspiración es de 7 cada 10 millones de nacimientos, él zanjó la discusión con un contundente:
  • Ustedes se tienen que atener a lo que nosotros hacemos. ¿Que no quieren atenerse? Pues nosotros no las podemos atender. Una mujer que está de parto no puede tomar agua, zumos ni nada, absolutamente nada.
Es curioso, porque a partir de este momento se dirigió a mí en un constante y plural "ustedes" que me hizo sentir sumamente mayestática.
En cualquier caso, a pesar de que el tono de voz subía, no pude callar mi preocupación acerca de la hidratación de las mujeres, en un periodo tan sensible como es la dilatación. Rápidamente lo solucionó con hidratación endovenosa, momento en el que le recordé el punto de mi CI que tan alegremente se había saltado unos minutos antes: el punto de la salinización de la vía. Respuesta a semejante osadía:
- Que me da igual, señora. Pero se la va a hidratar. Si usted necesita hidratación, se la pone por vía endovenosa- (añadan tono de voz tipo “mira, niña...).
Cambio de tercio y de punto del CI. Aunque el hombre debió de pensar “salgo de Guatemala y me meto en Guatepeor”: libertad de movimientos. Tal vez pensáis que no hay ginesaurio en España que no mire con cierta condescendencia a la mujer cuando pide libertad de movimientos. Luego, simplemente acepta diciendo aquello de "siempre que sea posible", aunque luego no te deje salir de tu camita. Pero es que mi querido Dr. V no entiende el concepto de “políticamente correcto” y allá que embiste cual Miura desbocado.
- La monitorización continua es imprescindible en mi hospital y los cables no tienen largura suficiente para permitir la movilidad. Apenas un metro de cable, me mostró con sus manos. Mi contestación suena poco apropiada (al menos para una señora como yo) pero fue lo que me salió: "Usted no sabe lo que yo soy capaz de hacer con un cable de esa longitud".
Escuchar de su boca cómo se jactaba de que todas las mujeres dilataban tumbadas en una cama (2.700 partos anuales) pudo más que mi mesura. No pude evitar lamentarlo por ellas y sorprenderme de que pudieran parir con semejante tortura. Lo más curioso es que se sonrió como si no entendiera lo que estaba diciendo. 
  • Claro, ahora entiendo la razón de la tasa de cesáreas de este hospital"- (33% según datos del SACYL en 2010) fue mi respuesta.
Le pillé descolocado, porque trató inmediatamente de explicarme las razones de su “elevada tasa de cesáreas" (son sus palabras) cháchara que aligeré con un "no se preocupe, ya las conozco, he sufrido dos cesáreas en este hospital". 
Lo del manejo del dolor es otro tema que por sí mismo daría para un libro. Con lo bonito y amable que me quedó en el CI, agradeciendo que me informaran en el momento de cualquier método no farmacológico de alivio del dolor. Que hasta le hice una lista con unos pocos para que supiera de lo que hablo. Pues su respuesta fue que no los conocía y que no los hacían en el hospital. No sería especialmente jocoso si no fuera porque los métodos consisten en calor local, masajes, duchas de agua caliente, posiciones alternativas o pelotas. Volví a preguntar si no conocían métodos como las duchas de agua, a lo que muy serio me respondió que no. Me quedé con las ganas de explicarle para qué sirve la pieza extra que tiene en el baño.
Os voy a evitar el resto de la conversación, que en total duró no más de veinte minutos. Solo deciros que, por negar, se negó al pinzamiento tardío del cordón y a que fuera yo quien lo cortase. En general, me indicó muy amablemente que nosotras no podíamos limitar el trabajo de los médicos. Que un CI es un documento para que los profesionales hicieran mejor su trabajo y no para que las mujeres impusieran absurdos límites que aumentaban el riesgo para sus vidas y las de sus bebés.
Hay dos perlas que no me resisto a compartir con vosotras. La primera es que he subido de categoría y he pasado de ser "una madre que pone en riesgo la salud neurológica de su hija por el capricho de parir" a "una persona con muchísimo riesgo, por tener una cicatriz que ha sido usada dos veces".
¡No me digáis que solo por este "ascenso", no merece la pena volver a quedarse embarazada!
La otra fue la frase con la que quiso rematar mi petición de que no se me dirigieran los pujos y mi negativa rotunda a la episiotomía. Adivinad.
  • Nosotros le vamos a atender el parto como Dios manda, con las debidas atenciones… No se ría, que es así- cuando le aseguré que solo me sonreía y que yo también hablaba muy en serio en mi CI, él remató la frase con el plural mayestático-. Que sí, que sí, que ustedes lo dicen todo muy en serio.
Finalmente y ante mi petición de poner por escrito su opinión sobre mi CI se negó. Me dijo textualmente que no volvería a atenderme ni verbalmente ni por escrito y que, si así lo deseaba, podía ir a poner una denuncia o una reclamación a Gerencia. 

Mi reflexión acerca de dicha conversación:
Me he sentado cara a cara con un médico que eligió una de las especialidades más maravillosas, gratificantes y emocionantes del mundo. Una especialidad que solo debería cursarse desde el mayor amor, respeto y asombro a la naturaleza y a la fisiología de las mujeres. Pero me levanté de aquella silla siendo consciente de que ese hombre no veía en mí una maravilla de la naturaleza. Solo era capaz de ver un "personal de muchísimo riesgo". No ve en mí un igual que tiene derecho a decidir qué se le puede o no hacer. No soy un ser que puede decidir, con toda la información y evidencia científica, cómo ser tratada.
Me entristece la gran cantidad de mujeres que tienen que parir sin ser escuchadas. Yo no voy a ser una de ellas, pero tampoco voy a mantener el silencio como he hecho tantas veces antes. Ha llegado el momento de levantarse y mostrar que este cambio es imparable. Que todos nuestros niños merecen venir a este mundo rodeados del amor y el respeto que no nos dan.
Fui cordero muchos años, me tragué mi dolor y mis lágrimas en silencio, como mandan las costumbres y la buena educación. Una vez me atreví a llevar la contraria y me transformé en leona. Ya no hay marcha atrás.

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